Hablar de San Salvador de Orta desde nuestro tiempo es muy difícil. Históricamente fue un fraile catalán, inició su vida monástica en Barcelona, en la época en que estaba como virrey de Cataluña el conde de Gandía, más tarde San Francisco de Borja. Tuvo un hermano también fraile llamado Antonio que murió en Atienza. Lo podríamos incluir dentro del movimiento místico.
Para comprender lo que pudo ser su vida real, nos centramos en este pequeño detalle que nos cuentan en sus biografías.
Os dejo este artículo para que vosotros mismos saquéis vuestras conclusiones, curiosamente nos recuerda este relato a lo que ocurría en la península itálica de los siglos XIV y XV.
Durante los siglos XIV y XV, la península itálica sufrió una inquietante invasión de monjes voladores. Estos extraños seres, ataviados con hábitos de tonos oscuros y aureola dorada, tenían las piernas cercenadas a la altura de las rodillas o los tobillos, según el caso, minusvalía que compensaban gracias a una nubecilla de vapor acoplada a los muñones que les permitía propulsarse por los aires a voluntad. A través del testimonio gráfico de algunos artistas de la época, podemos conocer el aspecto de estos primitivos superhéroes, que sobrevolaban los cielos de las ciudades buscando víctimas en apuros a las que socorrer.
El monje volador más famoso fue Agostino Novello. Había nacido en el seno de una familia pudiente, en la ciudad siciliana de Termini Imerese. Sus padres le costearon los estudios en la Universidad de Bolonia, donde se licenció en Derecho Civil y Canónico. De vuelta a su ciudad natal, consiguió un puestazo como magistrado y acabó convirtiéndose en consejero del rey Manfredo de Sicilia. Hasta aquí, la típica carrera meteórica de un pijo del siglo XIII.
Acompañó como asesor al rey Manfredo a la batalla de Benevento Novello para defender sus derechos al trono. Los franceses les derrotaron de forma estrepitosa, lincharon al rey y dejaron al pobre Agostino desmayado entre los cadáveres, dándole por muerto.
Huérfano de jefe y harto de la vida mundana, Agostino se mete monje en un cenobio agustino de la Toscana y se hace pasar por analfabeto, con la idea de vivir tranquilo hasta el final de sus días. No hubo suerte. La paz del monasterio se vio turbada el día en que unos malnacidos reclamaron legalmente las tierras en que éste se asentaba. Los hermanos agustinos, poco versados en temas jurídicos, no sabían como defenderse y Agostino no tuvo más remedio que salir del armario de los iletrados: "vale, lo confieso, se leer, soy abogado, ganaré el juicio y luego rezaré diez padrenuestros y diez avemarías por mentiroso". Casualidades del destino, el juez que instruía el caso resultó ser un antiguo compañero de facultad de Agostino y tuvo la mala ocurrencia de alabar ante el padre prior las cualidades de su amigo el lumbreras. Flaco favor le hizo... El padre prior, negándose a malgastar el talento de Agostino en litigios rurales, le mandó de vuelta a la civilización, esta vez como abogado del papa en Roma.
En el año 1300, Agostino se desapunta del mundanal ruido por segunda vez, le dice adiós al papa y se marcha a un monasterio de Siena para convertirse en ermitaño. "Aquí seguro que no me encuentran", debió pensar. Y esta vez acertó. Los nueve años que le quedaban de vida los dedicó a rezar, comer bayas y charlar con las lagartijas.
Una vez muerto, cuando ya nadie se lo esperaba, Agostino decide darle un giro radical a su vida: se convierte en monje volador y empieza a hacer milagros por la ciudad de Siena como, por ejemplo, sanar a un niño que había sido atacado por un perro rabioso. (Nota: estas escenas son tipo cómic y cada una contiene varias "viñetas"; a la izquierda, el perro está comiéndose al niño y Agostino hace su aparición por detrás de una torre; a la derecha, vemos al niño completamente curado, sin vendas ni nada.)
Agostino Novello también rescataba a niños que se caían de balcones mal construidos, como podemos comprobar en esta escena de gran contenido dramático. La madre se asoma al balcón gritando desesperada, mientras Agostino atrapa el tablón desprendido con una mano y bendice al niño con la otra, por si no consigue pillarle antes de que se esmorre contra el suelo (hombre precavido este Agostino). Por suerte todo queda en un susto. A la derecha vemos al niño sano y salvo entre sus familiares (inexplicablemente, el accidente le ha hecho crecer un par de palmos).
El buen Agostino, al que no le importaba interrumpir su lectura para socorrer, libro en mano, a ese imprudente caballero que se había aventurado a recorrer un camino de cabras a lomos de su corcel.
Y el más difícil todavía... Agostino resucita a un bebé que se ha abierto la cabeza al caerse de una cuna-hamaca un tanto precaria. En el piso de abajo (segunda viñeta del cómic), la madre y las tías se encaminan hacia la iglesia con unas velas para darle las gracias a Agostino. Incluso han tenido el detalle de disfrazar al niño de monje en su honor (hoy en día sería como llevarle vestido de Batman o de Superman).
Agostino Novello no fue el único monje volador de Italia. También fueron muy comentadas las hazañas de Ranieri Rasini, que se hizo famoso por liberar a unos cuantos presos de la cárcel de Florencia. Los presos se lo agradecieron eternamente, el resto de habitantes de la ciudad no tanto.
Bueno, venga, ahora en serio, ¿de verdad que existieron los monjes voladores? Pues no, nos os creáis todo lo que os cuento. Estos monjes ni volaban, ni hacían milagros, ni volvieron de entre los muertos. Eran simplemente monjes a los que sus respectivas comunidades querían canonizar. Tener un santo propio era un reclamo turístico de primera y proporcionaba a la iglesia pingües beneficios. De modo que cuando se moría un monje famosete, le inventaban rápidamente unos cuantos milagros, contrataban a un pintor para que inmortalizase sus hazañas, conseguían un buen puñado de devotos y viajaban a Roma para intentar colarle la historia al papa. Sin rubor ninguno.
En el caso de Agostino Novello, los agustinos le encargaron un retablo a Simone Martini, el mejor pintor de Siena, para colocarlo sobre el altar que albergaría los restos mortales del monje. Con este tipo de milagros, protagonizados en su mayoría por niños, buscaban tocar la fibra sensible de los fieles, que caían de rodillas ante el altar del monje, salvador de los indefensos. Este es el retablo completo:
En el centro, podéis ver a Agostino en todo su esplendor, rodeado de un paisaje árido que hace referencia a su faceta de ermitaño. El libro rojo que lleva en las manos es la "constitución" de los agustinos, que él mismo había reformado. Un ángel le sopla al oído lo que debe escribir en ella (de este modo se legitiman sus palabras como algo procedente de las alturas). En los medallones, dos santos eremitas. Y a los lados, los milagros obrados por Agostino.
Parece ser que el papa no era tan tonto como creían algunos. La historia de los monjes voladores le debió resultar un pelín sospechosa puesto que ninguno de los dos llegó a la ansiada categoría de "santo". Se tuvieron que conformar con un título de segunda: el de "beato".
Marga Fernández-Villaverde
Historiadora del arte - Gestora cultural
1.- Sassetta, El beato Ranieri Rasini libera a los pobres de una prisión de Florencia
(Políptico de Borgo Sansepolcro, 1437-1444), Museo del Louvre, París
Simone Martini, Curación de un niño atacado por un perro
(Retablo del beato Agostino Novello, 1324), Pinacoteca Nazionale, Siena
Simone Martini, Retablo del beato Agostino Novello (1324), Pinacoteca Nazionale, Siena
Simone Martini, Agostino Novello rescata a un caballero que se ha caído por un barranco
(Retablo del beato Agostino Novello, 1324), Pinacoteca Nazionale, Siena
Simone Martini, Agostino Novello resucita a un bebé que se ha caído de la cuna
(Retablo del beato Agostino Novello, 1324), Pinacoteca Nazionale, Siena
Simone Martini, Agostino Novello salva a un niño que se cae por un balcón
(Retablo del beato Agostino Novello, 1324), Pinacoteca Nazionale, Siena